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cabello. Pero mis huesos son los de un viejo, frágiles. -Eso último, muy cierto-.
Estoy sujeto a ataques agudos de inflamación ósea... entonces no puedo ni
caminar sin medicación. -Cierto también, mierda. Algo que había empezado
hacía poco y que le molestaba mucho-. Mi expectativa de vida no se considera
muy larga. -Por ejemplo, si cierta gente aquí se da cuenta de quién es en
realidad el almirante Naismith... En ese caso, creo que mi expectativa de vida
sería de quince minutos-. Así que, a menos que a usted le encante el dolor y
piense que le gustaría ser un lisiado, temo que no puedo recomendarle el
tratamiento.
El barón lo miró de arriba abajo. En la boca se le dibujaba un gesto de
profunda desilusión.
-Ya veo.
Bel Thorne, que sabía muy bien que el fabuloso Tratamiento de
Rejuvenecimiento de Beta no existía, escuchaba con alegría muy bien
disimulada. Bendito fuera su corazoncito negro.
-Pero -protestó el barón- su... amigo científico tal vez haya progresado algo
en cuanto al tratamiento en estos años.
-Lamento decirle que no -contestó Miles-. Murió. -Levantó las manos en un
gesto de impotencia-. De viejo.
-¡Ah! -Los hombros del barón cayeron un poco.
-Ah, estás ahí, Fell -dijo una nueva voz que se acercaba hacia ellos. El barón
se enderezó y se volvió.
El hombre que lo había saludado llevaba un traje tan conservador como Fell
y lo seguía un sirviente silencioso con la palabra «guardaespaldas» escrita en
todo el cuerpo, por la forma en que se movía. Iba de uniforme, una túnica de
cuello alto, de seda roja y pantalones negros sueltos. No estaba armado. Nadie
lo estaba en la estación Fell, nadie excepto los hombres de Fell. La estación
tenía las reglas más estrictas sobre armas que hubiera conocido Miles. Pero la
forma de los callos en las manos delgadas del guardaespaldas parecía sugerir
que, de todos modos, lo más probable era que no necesitara armas. Sus ojos
parpadearon y sus manos temblaron levemente con una tensión exacerbada
inducida por ayudas artificiales... si se lo ordenaban, golpearía a una velocidad
cegadora con una fuerza de adrenalina casi enloquecida. También se jubilaría
muy joven, inválido para el resto de su corta vida, por culpa de su metabolismo.
El hombre al que protegía también era joven... ¿El hijo de algún gran señor?,
se preguntó Miles. Tenía un cabello negro brillante, trenzado en una forma
elaborada, una piel color oliva muy suave y una nariz prominente. No podía ser
mayor que Miles, y, sin embargo, se movía con la seguridad de la madurez.
-Ryoval -saludó el barón Fell, como un hombre a su igual, no a un jovencito.
Y agregó, para seguir con su papel de anfitrión divertido-: Oficiales, ¿puedo
presentarles al barón Ryoval de la Casa Ryoval? Almirante Naismith, capitán
Thorne. Son de ese crucero rápido mercenario de fabricación ilírica. El que está
en el muelle, Ry, ¿lo has visto?
-Lamento decir que no tengo tu ojo para el hardware, Georish. -El barón
Ryoval inclinó la cabeza en dirección a Miles y Thorne con el gesto de un
superior a sus inferiores, alguien que saluda sólo por principio. Miles se inclinó
con torpeza para responderle.
Sin prestar la más mínima atención a Miles, se detuvo con las manos en las
caderas mirando a la habitante de la burbuja de vacío.
-Mi agente no exageró sus encantos.
Fell sonrió con amargura. Nicol se había retirado, como un animal
acosado, cuando vio acercarse a Ryoval y ahora flotaba detrás de su
instrumento haciendo toda clase de movimientos como para afinarlo. Más bien
fingiendo que lo hacía. Miraba a Ryoval con preocupación y después volvía la
vista a su dulcimer, como si el instrumento pudiera poner algún tipo de pared
mágica entre los dos.
-¿Puedes hacer que toque...? -empezó Ryoval y en ese momento le
interrumpió un sonido de su comunicador de muñeca- Discúlpame, Georish.
-Se volvió con un gesto de irritación leve y habló en el comunicador-. Ryoval. Y
espero que sea importante.
-Sí, milord -contestó una voz aguda-. Soy Deem, el director de Ventas y
Demostraciones. Tenemos un problema. La criatura que nos vendió la Casa
Bharaputra acaba de atacar a un cliente.
Ryoval apretó los labios en una mueca de rabia silenciosa.
-Os había dicho que la encadenaseis con duraloy.
-Y lo hicimos, milord. Las cadenas aguantaron, pero la cosa esa las arrancó
de cuajo.
-Que le inyecten un calmante.
-Ya lo hemos hecho.
-Entonces, castigadla cuando se despierte. Un período suficientemente largo
sin comida debería acallar un tanto sus instintos agresivos... su metabolismo es
increíble.
-¿Y el cliente?
-Dadle la satisfacción que quiera. La casa invita.
-No... no creo que esté en condiciones de apreciarlo, por el momento. Está
en la clínica. Inconsciente.
-Poned a mi médico personal en el caso. Yo me ocuparé del resto cuando
vuelva, en unas seis horas. Ryoval fuera. -Cortó la comunicación-. Estúpidos
-gruñó. Respiró despacio, en un ritmo controlado y recuperó sus modales
sociales como si se hubiera vuelto a poner algún chip de memoria que había
dejado momentáneamente de lado-. Perdona la interrupción, por favor,
Georish.
Fell hizo un ademán de comprensión como si dijera claro, los negocios.
-Como decía, ¿podrías hacer que tocara algo? -insistió Ryoval e hizo un
gesto con la cabeza hacia la cuadrúmana.
Fell puso las manos detrás de la espalda, tenía los ojos brillantes y una
sonrisa falsamente benigna.
-Toca algo, Nicol.
Ella asintió, se colocó frente al instrumento y cerró los ojos. La tensión y
preocupación que habían inundado su mente dieron paso a una quietud interior
y empezó a tocar un tema lento, dulce, que se estableció en el aire, evolucionó
y empezó a acelerarse.
-¡Basta! -Ryoval levantó una mano-. Es justo como me la habían descrito.
Nicol se detuvo a mitad de unos acordes. Aspiró por la nariz distendida,
claramente perturbada porque no la habían dejado terminar, con la frustración
de cualquier artista frente a lo incompleto. Guardó los martillos dentro de su [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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